Ella encontró en 1987 en la
biblioteca Bartolomé March, de Palma de Mallorca, 82 capítulos de la Suma
y narración de los incas, de Juan de Betanzos, escrita en 1551, de la que solo
se conocían 18. Se trata de una crónica de la conquista desde el punto de vista
de los incas encargada a este temprano traductor del quechua por el virrey
Antonio de Mendoza para conocer la genealogía de sus gobernantes anteriores.
En dicho documento, se dice que
el inca Pachacútec, forjador de la máxima expansión del imperio del
Tahuantinsuyo, (también conocido como Pachacuti), habría pedido ser
enterrado en “sus casas de Patallaqta”, en la ceja de selva. Esta sería
Machu Picchu, centro administrativo de un territorio muy fértil rodeado de
andenes y escarpadas montañas.
“Aparentemente hay una contradicción porque
Pachacuti (prefiere esta denominación a la de Pachacútec) dice a la vez que
quiere que su cuerpo quede en el templo principal de Coricancha, en el Cuzco.
Un lugar donde se exhibían para el culto las momias de los gobernantes incas.
Lo recogen otras crónicas, como las de Sarmiento de Gamboa, Pedro Acosta y
también Polo de Ondegardo, que encontró la momia de Pachacuti y la llevó a
Lima, donde la vio el inca Garcilaso de la Vega. Pero Betanzos dice que lo
enterraron en una vasija de barro en Patallaqta”.
Sin embargo, según la historiadora, al
morir un inca se hacían al menos dos bultos. Uno era el cuerpo embalsamado, el
otro contenía algunos órganos y los recortes de pelo y uñas de toda su vida.
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